¿Supiste lo de Reinalda?
Beatriz y Marisol se habían reencontrado luego de muchos años. Habían sido vecinas, compañeras de colegio, de primera comunión, confidentes. Después sus caminos se separaron. Hasta hacía muy poco. Ahora, sentadas en un café, intercambiaban información.
¿Supiste lo de Reinalda?, preguntó Beatriz.
¿Cuál Reinalda?
La de la casa enorme y el Mercedes Benz. Reinalda del Soto y Piedrafría.
Ah, la que morena, un poco gorda, de pelo negro liso, partido al medio y puesto detrás de las orejas. ¿Te refieres a esa Reinalda?
Sí, pues, la misma.
¿Y qué hay con ella?
Bueno, no sé si lo recuerdas, pero tenía un noviecito bien guapo durante todos los años de colegio y presumía siempre con el próximo matrimonio. Todo marchaba sobre rieles encaminándose a la tan esperada como inminente boda. El intercambio de anillos y la petición de mano fueron de los que no se olvidan.
A mí no me invitaron a la boda, así es que no fui testigo presencial de los acontecimientos.
Meses antes de la ceremonia, ya todo el mundo comentaba el ““affaire” interminable del muchacho. Tod@s sabían, menos Reinalda que continuaba como si tal cosa. Para ella nada había cambiado.
El día del magno acontecimiento, la Iglesia lucía como invernadero tropical, amenizado con perfume de incienso. El novio fue el primero en llegar, como debe ser, y la novia hizo su radiante entrada del brazo del progenitor. Toda vestida de blanco, con traje de cola, velillo sobre el rostro, ramo de orquídeas rojas. El sacerdote, que la había bautizado, la esperaba con emoción, visiblemente conmovido de ternura. Se aclaró la garganta antes de formular la pregunta: Reinalda del Soto y Piedrafía, ¿aceptas en matrimonio a Sebastián del Valle Peñafiel?
Hubo un silencio más largo de lo que se acostumbra. Luego Reinalda levantó su velillo, miró por harto rato directo a los ojos de Sebastián y, con voz clara y cantarina, dijo
“Por supuesto que no. Ni muerta, Padre. Tod@s saben por qué.
Hizo una graciosa venia estilo danzarina al término de la función y abandonó el recinto con pasos de reina y sonrisa amplia mientras la familia del Soto estallaba en sonoros aplausos.
Dicen que más o menos a la misma hora, la copartícipe del “affaire” abría la puerta a un mensajero con botones y gorro portando un ramo de rosas azules para ella de parte de Reinalda y con la leyenda:” Todo para ti, querida. Que sigas disfrutándolo.”
Vaya, vaya, con la Reinalda. Si parecía tan modosa y tímida.
Ay, Marisol, después de esto, el dicho “Cuídate de las aguas quietas…” lo suscribo a pie juntillas.
PATRICIA PINTO
18, mayo, 2016.