Rodrigo Marcone de Corporación LatiSUR30, nos entrega este artículo en el que, como es de costumbre en sus entregas, relaciona la actualidad con la siempre adelantada visión de Gabriela Mistral. Esta vez sobre los mapuches, su lucha y las diferentes visiones que han abundado en discursos, acciones y controversias.
Llegará el día esplendoroso en que Chile descubra y celebre a un magnífico pueblo nuevo dentro de sus fronteras. Un pueblo que siempre estuvo allí, pero los siglos de despojo, atropellos, muerte y ‘pacificación’ impidieron verlo en su auténtico bien vivir, de nobleza superior. Se contará entre las nuevas generaciones que vendrán, con estupor vivo las historias de cómo siempre fueron enfrentados con la fuerza de las armas para de modo sangriento doblegarlos y someter al fin, a las reglas de una cultura dominante que siempre escribió la historia a su manera y a su favor. Como es y ha sido siempre, la historia la escriben los vencedores, de acuerdo a sus propios intereses.Se mirará atrás en el tiempo con intenso rubor y amarga culpa. Para honra de América, nunca fueron ni serán derrotados totalmente. Acaso entonces, en donde ese pasado seguirá, seguirá y seguirá pasando, habrá posibilidades de redención para vencedores y vencidos.
Entre tanta ceguera y despojo, hubo una que miró con su corazón universal, una nacida aquí entre nosotros (Una que tampoco queremos ver). Así contó Gabriela Mistral al país, allá por 1932, pero la ambición e impunidad de la comunidad ‘chilena’, siempre pudo más.
“Extraño pueblo el araucano entre los pueblos indios, y el menos averiguado de todos, el más aplastado por el silencio, que es peor que un ‘pogrom’ para aplastar una raza en la liza del mundo.
Mientras norteamericanos y alemanes fojean el suelo de Yucatán, su archivo acostado en arcillas leales, donde la raza está mucho mejor contada que en los dudosos historiadores-soldados, y la remoción entrega cada mes novedades grandes y pequeñas; mientras el sistema de vida social quechua-aimará sigue recibiendo comentario y comentario sapientes que los hacen el abuelo del hecho ruso contemporáneo, a nadie le ha importado gran cosa –excepto a uno o dos o tres especialistas y a otros tantos misioneros- la formidable raza gris, la mancha de águilas cenicientas que vive Biobío abajo, si vivir es eso y no acabarse.
Su epopeya tuvo ese pueblo, una merced con que el conquistador no regaló a los otros… Cualquiera hubiera pensado que un pueblo dicho en poema épico, referido elogiosamente por el enemigo, exaltado hasta la colección de clásicos españoles, sería un pueblo de mejor fortuna en su divulgación, bien querido por las generaciones que venían y asunto de cariño permanente dentro de la lengua. No hay tal…
No importa el mal poema: la raza vivió el valor magnífico; la raza hostigó y agotó a los conquistadores; el pequeño grupo salvaje, sin proponérselo, vengó a las indiadas laxas del continente y les dejó, en buenas cuentas lavada su honra.
El pueblo araucano se sume y se pierde para el mundo después de su asomada a la epopeya. La conquista de Chile se consuma en toda la extensión del territorio, excepto en la zona de la maravillosa rebeldía; la Colonia sacude de tanto en tanto su modorra para castigar a la digna indiada con incursiones sangrientas y rápidas que la aplacan por uno o dos años. Acabado el coloniaje vulgar y poltrón, llegará la independencia sin traer novedades hazañosas en la zona centauresca, trayendo sólo ciertos procedimientos nuevos en la lucha.
…El mestizaje descubriría la manera de desfondar la fortaleza araucana y de relajar su testarudez dando rienda suelta a sus vicios, particularmente la embriaguez en unas ocasiones, y enloquecerla con la pérdida del suelo en otras, señalándole la famosa ‘reducción’, la sabida ‘reserva’, como un marco insalvable.
Mucho se ha asegurado que el alcoholismo es la causa más fuerte de la destrucción indígena o la única de sus causas. La que escribe vivió en una ciudad chilena rodeada de una ‘reducción’, y puede decir alguna cosa de lo que entendió mirándoles vivir un tiempo.
Creo que estas indiadas, como todas las demás, fueron aventadas, enloquecidas y barbarizadas en primer lugar por el despojo de su tierra: los famosos ‘lanzamientos’ fuera de su suelo, la rapiña de una región que les pertenecía por el derecho más natural entre los derechos naturales.
Hay que saber, para aceptar esta afirmación, lo que significa la tierra para el hombre indio; hay que entender que la que para nosotros es una parte de nuestros bienes, una lonja de nuestros numerosos disfrutes, es para el indio su alfa y su omega, el asiento de los hombres y el de los dioses, la madre aprendida como tal desde el gateo del niño, algo como una esposa por el amor sensual con que se regodea en ella y la hija suya por siembras y riegos. Estas emociones se trenzan en la pasión profunda del indio por la tierra.”
Y continúa su aguda reflexión esclarecedora:
“Nosotros, gentes perturbadas y corrompidas por la industria; nosotros, descendientes de españoles apáticos para el cultivo, insensibles de toda insensibilidad para el paisaje, y cristianos espectadores en vez de paganos convividores con ella, no llegaremos nunca al fondo del amor indígena del suelo, que hay que estudiar especialmente en el indio quechua, maestro agrario en cualquier tiempo.
Perdiendo, pues, la propiedad de su Ceres confortante y nutridora, estas gentes perdieron cuantas virtudes tenían en cuanto a clan, en cuanto a hombres y en cuanto a simples criaturas vivas. Dejaron caer el gusto del cultivo, abandonaron la lealtad a la tribu, que derivaba de la comunidad agrícola, olvidaron el amor de la familia, que es, como dicen los tradicionalistas, una especie, de exhalación del suelo, y una vez acabados en ellos el cultivador, el jefe de familia y el sacerdote o el creyente, fueron reentrando lentamente en la barbarie –entrando diría yo, porque no eran la barbarie pura que nos han pintado sus expoliadores-.
Después de rematar nuestra rapiña, nos hemos puesto a lavar a lejía la expoliación, hasta dejarlo de un blanco de harina…nos manchan y nos llagan, creo yo, los delitos del matón rural que roba predios de indios, vapulea hombres y estupra mujeres sin defensa a un kilómetro de nuestros juzgados indiferentes y de nuestras iglesias consentidoras.”