[ARTÍCULO] Educación mistraliana

Un nuevo artículo mistraliano enviado a nuestra redacción por Rodrigo Marcone, del Instituto América Gabriela Mistral, nos entrega importantes pistas sobre la visión que nuestra Premio Nobel tenía por y para la profesión docente.

Después del receso de Fiestas Patrias, donde la comunidad educativa ha hecho una merecida pausa en el trabajo escolar, de renovación de la energía y de la motivación, para rematar con éxito la parte final del arduo camino, vaya este regalo para los corazones bien abiertos a las palabras de la maestra elquina:

 

“Quisiera decir muy derecho y muy claro, lo que sea una clase con gracia, agraciada para niños.

 

La clase en estado de gracia a veces comienza como tal. Los niños han hecho una excursión, o se estrena material, o se va a tratar de asunto que sale del paso de mulo de los corrientes u ocurre en el pueblo o la ciudad, cualquier novedad que los encrespa, y la bandada de niños entra como un golpe de pájaros de mar, avispada y alácrita, y la clase está lograda con ese empujón ayudador, a menos que la maestra sea rematadamente zurda y no sepa manejar esa agua viva y hacer de ese día uno de sus días de gracia.

 

Lo más frecuente es otra cosa y lo que mejor dice de una maestra: la clase comienza floja de parte del grupo y la maestra la va levantando, de comienzo a mitad, como quien levanta un tapiz pesado. La maestra literalmente calienta a puro frotar, como el indio enciende el leño, dando y dando sobre él, y ya hacia los veinte minutos, el material ‘está bueno’. Quien ha visto fundición rústica de metal, donde el fuego no es logro inmediato como en la usina, entiende lo que digo, del buen entender.

 

Aunque el caso individual cueste mucho, la verdad es que una clase buena arrastra lo mismo que el agua de avenida hasta a los alumnos más pesados y más sordos. Tal vez ‘el punto’ de la clase sea aquel en que ya no hay ninguno afuera de la operación de entendimiento y fervor, ya no queda, mírese acá o allá, un ángulo muerto, y todo se siente incorporado.

 

Me conozco la alegría, mejor que eso, el gozo que al maestro con pasión de niños da esta subida termométrica. Está él viviendo unas horas con todo el cuerpo del grupo, porque eso es, y si el yogui hindú viese aquello, tal vez nos contaría que el aura del maestro está fundida con las yemitas de las auras de las criaturas, y que ve una sola llamarada grande que llena la sala.”

 

El ejercicio temprano y arduo de enseñar, desde los catorce años, le da el pleno derecho a juzgar con dureza a los colegas, que ven el oficio de profesor como cualquier otro, desprovisto de la luz espiritual que para ella tiene, en la formación del mundo del mañana.

 

“Son los únicos días en que se realiza de veras la escuela, porque nada se ha hecho antes de subir a estas cualidades: el maestro tuvo ese momento de expansión de sí  de fructificación violenta (ardiente) como de almácigos, o ignora aunque enseñe veinte años su mundo entero. Algunos hay que no han probado nunca esta Pascua y que se reirán de leer esto, tomándolo a alharaca poética. Son los jornaleros del oficio, los del acarreo eterno de materiales y nunca cuajaron muro de ellos, porque su naturaleza hace de ellos peones de un jadeo y eterno peonaje sin placer de consumación. Entre ellos viven y trabajan los otros, sin que se den cuenta de su existencia, creyendo que de la clase del compañero Z, normalista como él, a la suya propia, corre un kilometraje vertical tremendo de jerarquía espiritual, corren países enteros de diferenciación cualitativa.

 

Volvamos a la gracia de las clases por ganas de ver los miembros y la razón del ímpetu de la linda virtud.

 

Alimentan esta gracia la manera de contar del maestro, a una vez sencilla y rica, porque no se trata de una sencillez de cubo, sino de una simplicidad de flor que puede ser complicada pero que resulta ágil y ligera. La alimenta el ámbito que he dicho, que es desahogador y placentero – de luz, de muro claro, de ornamentación justa, de un bienestar que da el cuerpo bien sentado y el poder estarse y escuchar con todo un cuerpo que de nuca a tobillos no halla estorbo.

 

Y lo alimenta -¡y de qué modo!- la cara de humor feliz, el rostro que habla entero lo que dice, la boca, de la maestra.”

 

Gabriela también nos alerta sobre el establecimiento de una pedagogía sin espíritu, que va desalentando el trabajo de las profesoras y profesores, en lo que es libre como el viento que debiera entrar y salir de las aulas, purificando interiormente a todos: educadores, niñas, niños y jóvenes.

 

“Me temo que el maestro que me va siguiendo piense que yo complico horriblemente el hecho tan llano, de interesar hablando a unos niños.

 

Pero es que el acto sencillo y racional de hablar cogiendo a las criaturas, anda tan perdido, se ha sumido en tales atolladeros o de metodología pedante o de abandono completito de su cuidado que ahora resulta que para decirlo en la sencillez densa que él tiene, hay casi que ponerlo en varias imágenes numerosas y en detalle empalagoso, precisamente para que salga ‘claro’ o sea sencillo y que me lo vean como una calcomanía.”

 

Lamentablemente, sordos y ciegos a su luminosa palabra, buscando respuestas en modelos extranjeros, la educación actual esta ahogada por una suerte de “instrumentitis de medición” que va derrotando y arrinconando la vocación de los que todavía dedican sus mejores esfuerzos a esta noble tarea de hacer Humanidad.

 

Rodrigo Marcone

Instituto América Gabriela Mistral